El faro más grandioso de España, más allá de ser el mayor del país y entre los más altos de Europa y el mundo, tiene un meritorio con una altura de miras de superior calado que la banal proclama turística que alienta su visita, bajo el reto de subir los más de 300 peldaños que nos separan de su linterna. Pues liviana debe hacerse esta subida considerando que entre nuestros faros españoles, es el representante primero del origen de la obra pública del Estado Español, que acaece en el siglo XIX durante el reinado de Isabel II. Apropiado heredero entonces del lugar del faro más antiguo de Occidente, el Caepionis monumentum, obra de la romanización a mediados del siglo II antes de Cristo. Dos milenios de civilización después de entonces, el faro isabelino sanciona de nuevo a Chipiona como un lugar marítimo de estado. Y es porque su costa es la embocadura del río Guadalquivir,  el gran río y el único navegable de todo Occidente. Destino neurálgico geopolítico por ello de la náutica civilizatoria, que es el antepuerto de la gran urbe de todos los tiempos, Sevilla. Colector tanto del origen mediterráneo de toda la civilización de Occidente, como de la imperial proyección planetaria de la hispanidad. Un lugar náutico señalado por la gran historia, es el escenario apropiado para el faro de recalada que este coloso de Chipiona representa.

Es comprensible que la construcción del Faro de Chipiona, porte las credenciales de un proyecto surgido de la originaria Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, y de la mano primera del eminente ingeniero y humanista Eduardo de Saavedra y Moragas. Proyecto originario que su discípulo Jaime Font rectificó, y dirigiendo la colosal obra, realizó la gran hazaña estereotómica de la cantería de su torre cilíndrica. Es comprensible que la rúbrica de un artista de excepción, Jean Laurent, el fotógrafo francés de la reina, un hito pionero de la historia del arte de la fotografía, sitúe al Faro de Chipiona como obra pública protagonista de esta memoria fotográfica de la modernidad con la que surge el Estado Español. El estilo artístico de su construcción, exhibe en consonancia el prototipo historicista por excelencia de la arquitectura ingeniera de la obra pública de la época, el racionalismo ilustrado del neoclasicismo, que emula en este caso una columna exenta como las conmemorativas de época romana. Sobrados e incontrovertibles valores de todo orden, contiene entonces el Faro de Chipiona como Bien de Interés Cultural de Andalucía y España.

Faro aereomarítimo de primer orden en este finisterre para el mar y el cielo, pertenece a la Autoridad Portuaria de Sevilla, que gestiona el Puerto de Sevilla y la Eurovía del Guadalquivir, entre la ciudad y el Faro de Chipiona. Es excepcional que este faro esté abierto a la visita turística, que recepciona una exposición y permite la subida en espiral de su torre hasta la linterna, espectadora de unas impresionantes vistas panorámicas. Al pie de nuestra imagen se aprecia el Arrecife de la Punta de Chipiona y frente al Faro el fondeadero de la embocadura del Rio Guadalquivir, los Pozos de Chipiona, donde desde el origen de la civilización aguardan los barcos a la espera de que la marea creciente de Chipiona, los porte río arriba hasta Sevilla.